ADIÓS, SHALAMAEL
Aquí, en esta hueca latitud del tiempo,
acostumbrado a beber ese vinagre amargo
que se llama soledad,
a fabricar mis sueños con ese alambre de espinos
del que están hechos los recuerdos,
a llorar desde el tuétano de mis huesos
las lágrimas negras de tu agonía interior,
me despido,
te digo adiós,
un adiós definitivo,
sin luto, sin pena, sincero,
para que puedas volar más allá del sufrimiento,
más allá del pensamiento,
más allá del sentimiento,
hasta dejar
atrás
el cielo
y el aire
y el fuego
y ese silencio tan espeso que se aferra al alma
y te pudre el corazón.
Aquí, en la canoa infinita de la muerte,
sin más horizonte que la vela desplegada
del abismo
ante tus pasos,
me despido,
le digo adiós
a tu destino,
ese destino cabrón
que te embarca para siempre en su delirio.
©Fernando Luis Pérez Poza