EL ENDECASÍLABO
Desde Italia llegaste hace más
de cinco siglos a la costa fértil
de España que aceptó tu fantasía
y aún se siente el rumor de tu corriente
en las aguas puras de la poesía.
Fuiste amigo de Boscán. Garcilaso
te expidió el pasaporte castellano,
prisionero en la boca de juglares
el Marqués te hizo sáfico y dactílico.
Si cargas el acento en la primera,
además de en la sexta y en la décima,
enfáticos se agitan tus colores:
¡Válgame dios tu seda así tejida
que realza la importancia de las cosas!
Si te sueña la voz en la segunda
el aroma salvaje del laurel
inocula en tu piel el heroísmo:
Sepamos que en el tiempo y la esperanza
se forja la historia de la gente
y que sólo el amor incandescente
del cielo redondea la balanza.
Cuando llega el tañido a la tercera
en el aire se escuchan melodías
que pueblan de coral la primavera:
¡Oh destino, cuán pocas rosas rojas
de la vida florecen en tus prados!
Si la fuerza te empuja hasta la cuarta,
y del sáfico ritmo te engalanas
no te asustes si notas que te arrastra
la ternura febril de la palabra:
Acompasadamente te desnudo.
Arrebatadamente te poseo,
que se me llena el cuerpo de deseo
y se me quiebra el alma en un embudo.
La palabra es el alma en cada verso,
la música sagrada de la idea,
el río que recorta la montaña
y se vierte en la llanura del poema.
Tu aroma castellano es como un guante
que expresa por completo un pensamiento,
herramienta concisa es tu medida
que a veces se transforma en elegía:
Yo quiero ser la lágrima que el viento
derrama en su tristeza huracanada
y sueña entre los pinos un lamento.
Pero sólo estoy en medio de la nada
fabricando barrancos de vacío,
resbalando al final de la cordada.
© Fernando Luis Pérez Poza