POEMA TRISTE
Cuando al abismo, cuando al laberinto
sombras malignas como tumbas bajan,
la pena entra al galope con delirio,
y en los latidos de la sangre clava
su espada de rojo y trémulo filo.
Su crin peina los sueños y la nada
con soledad de lutos infinitos,
y sobre el mármol frío de la entraña
deja caer la cruz de su destino.
Ya sé que el aire tiembla con el viento
y que la luz del sol no se merece
tiritar enfadada en el invierno
deseando que la noche le dé muerte.
Ya veo los fantasmas del infierno
trepando al cementerio de mis sienes
y a la mortaja que circunda el tiempo
prender la hoguera blanca de la nieve
para inundar mi cuerpo de silencio.
Y hacia túneles sin fin van mis pasos
con mi alma embotellada en la bodega
sin latidos de un barco solitario
al que ya no le queda ni tristeza
en las cenizas del abecedario.
Entonces llega la luna negra
con el brillo opaco de la carcoma
y su horrible ejército de tinieblas
y mareas de mariposas rotas.
Se despliega como una niebla espesa
de raíces derrotadas y palomas
ciegas que hielan la sangre de las venas
y trenzan la monótona corona
de espinas que te vuelve calavera.
Sí. Yo sé que a veces este desierto
tan crudo se me asoma a la garganta
y palpita en el betún de mis huesos
como tañidos tristes de campana.
Sí, yo sé que hablo de un destierro eterno
y de esa negrura honda y sin ventana
donde se quiebran las horas y el tiempo,
y se hunde la sonrisa del mañana,
pero no puedo borrar del cerebro
la certeza desnuda de la nada.
©Fernando Luis Pérez Poza