A PABLO NERUDA
Como la sangre de la espuma era
la savia vertical, la fuerza
hecha de mares y océanos,
libre como los pájaros, volátil.
La lengua amasó sus palabras,
encontró el sonido escondido
y rompió la voz en sus labios.
Sacó su fuerza del vacío
poblando dientes y garganta
de guirnaldas encendidas
y llenó su pulmón de fuego
con el torrente de sus versos.
Neruda se vistió de sílabas
y en la latitud del idioma
con seda transparente sembró el germen,
mientras la primavera iba brotando
otra vez desde el fondo de los tiempos:
los ríos arteriales, la hiedra,
verde escalinata por dónde
trepan las agonías del aire,
el trueno, cántaro sonoro
que se derrama en la tormenta,
la lluvia, talismán húmedo
que arde en el sueño de las nubes.
Como latidos planetarios
retumbaron los blancos ecos
de sus palabras palpitantes.
Sus campanadas manantiales
removían el involuntario
crepúsculo de las libertades.
Y la metáfora profunda,
verso a verso, latido y sangre,
en su perfume descifrado
forjaba como en un espejo
el dulce reflejo de su alma.
Era un verso hondo como un grito,
un aullido era su voz llena
de los resplandores marinos.
Una bandera, la bandera
de la espuma era su sangre,
el capitán de las palabras
era en la rosa de los vientos.
Neruda, su nombre ondeará
siempre en el mástil de los tiempos
como una linterna fecunda.
© Fernando Luis Pérez Poza