LA FLOR DEL LABERINTO DE HIELO
Como semilla que espera el surco abierto
en el corazón de la tierra o el polen
que aguarda al viento en la piel de la flor,
así soy yo, un molino de aspas solitarias
que gira dentro de un laberinto extraño
o en el azul sin fondo de las venas
o en el metal confuso de esta soledad
sin párpados que se apodera con ansia
de todos los rincones de mi pensamiento.
Soy un espectro desnudo de afectos,
un árbol arrugado que mira desde el jardín
la inmensidad de los campos, el vértigo
sin fin del horizonte, ese loco laberinto
que el destino sembró ante mis ojos
anegados de lágrimas y distancias.
Voy y vengo como el mar,
agitado, desbocado, violento,
en la risa desatada de los días,
en el llanto tenebroso de las noches,
en el filo cortante de la línea
que separa la vida de la muerte.
Camino a tientas, sin rumbo,
por veredas llenas de sombras,
entre columnas asustadas y en ruinas
y una hilera hueca de estatuas rotas.
Soy un alma en ruta que busca su destino
y sólo encuentra un cementerio ciego
sin lápidas, sin cruces y sin muertos.
Soy la flor del laberinto de hielo,
un poeta que congela el sentimiento
y escribe con el tuétano de sus huesos
poemas llenos de almanaques tuertos
y heridas que no sangran pero duelen
tan adentro como las raíces del silencio.
©Fernando Luis Pérez Poza
