LA MIRADA DE LAS MUSAS
A la boca sin frontera y sin límites
llegaban las sílabas desde el polen
desnudo y sincero de mi alma ardiente,
traía en su fuego una lluvia fina
y nutrida de ritmos y vaivenes,
y al sol de su bandera libre y eterna
latía mi pulso profundo y alegre.
En el aire fermentaban las musas
las brasas de su cálida mirada,
el humo de su trémula ternura,
el vino de su lírica fragancia.
El amanecer destilaba sangre
y hacía de la luz una epidemia
que corría en torrente por las venas.
Las gaviotas de los sueños surcaban
horizontes abiertos en la pálida
transparencia de mis versos urgentes.
Las palabras eran hojas que el viento
arrancaba del libro de las horas:
memoria, húmedo delirio del tiempo,
recuerdo, desván repleto de náufragos,
pasado, galería de fantasmas
que sólo la muerte puede borrar.
La mirada de las musas guardaba
en su interior, como un rico tesoro,
la metáfora del mar y el océano,
la espuma de la eterna poesía,
las olas del acento y de la rima.
En sus aguas se bañaba la luna,
se rendía honores a las penas,
naufragaban en ellas los amores.
La sustancia de las cosas trepaba
a los fonemas y poblaba el aire
de aromas y canciones. La palabra
llana, sencilla, repleta de luz
se abría paso desde los abismos
en el túnel profundo de un poema,
en el filo cortante de una estrofa,
en el denso precipicio de un verso.
En la negra caracola del tiempo
resonaban los ecos del pasado,
pintaba la memoria los recuerdos,
resbalaba el azul del calendario.
La palabra triste, la palabra huérfana,
que estalla como un trueno en el papel,
la palabra que derrama su tinta
en la selva solitaria de una hoja,
la palabra tierna, amable, sentida,
que rompe en la mirada de la musa
la blanca pleamar de su marea,
era la clave, la única veleta
que agitaba su locura en el viento
amargo de mis locos pensamientos.
© Fernando Luis Pérez Poza