LA PREGUNTA
Esa eterna pregunta sin respuesta
que late en el corazón del poeta
es la clave dormida de la esencia
que reside en el centro del poema.
¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿De qué metal
se han forjado mis átomos? ¿De qué
oscuras moléculas ha salido
el llanto amargo que inunda de penas
mis venas y me empuja desolado
hacia el largo tobogán de la nada?
El poeta se interroga a sí mismo,
recorre el laberinto de las letras
para hallar el sentido de las cosas,
aclara los enigmas del destino
en la espuma vibrante de sus olas.
El poeta se responde a sí mismo,
siembra su honda semilla en el papel
y no espera ya a recoger el fruto,
derrama el limpio sol de su esperanza
y sueña la respuesta al acertijo.
La pregunta retórica que nadie
responde, como un teléfono mudo
en medio de ese corazón desierto
que todos llevamos guardado dentro;
la pregunta secreta que se oculta
en la última región del laberinto.
¿Dónde están las palabras que yo busco?
¿En que meridiano se ubica el valle
que hilan las mariposas en invierno?
¿De dónde sacó dios los materiales
para construir este mágico infierno?
¿En que rara cocción se destilaron
las hebras de este confuso universo?
Son la rima, el acento, la pregunta,
la pausa, el tono, el encabalgamiento,
recursos que gravitan en la esencia
del poeta, rosales que florecen
en las cepas granadas del poema.
Juan Ramón reiteraba la pregunta
así: ¿Y qué más? ¿Y qué más? ¿Y qué más?
Y el chopo lo llevaba al cielo azul,
y el cielo azul lo dejaba en el agua,
y el agua en la hojita nueva, en la rosa,
en la rosa ebria de su corazón
lleno de baladas de primavera.
Letanía encadenada de sueños,
flor que esperas en medio del silencio
a que alguien resuelva el crucigrama
que reviste tu piel de interrogantes,
¿acaso no comprendes la locura
que se oculta en un grito sin respuesta?
¿acaso no comprendes que es azul
el armario infinito de las cosas?
© Fernando Luis Pérez Poza