LOS SENTIDOS
Objetos, sentimientos, sensaciones,
los sentidos esparcían el polen
de la vida por todo el universo.
Los ojos tan abiertos como heridas,
poblados por fantasmas de dolor,
eran gaviotas soñando el abismo
de las cosas, la ruta del destino,
el tic-tac desalmado del reloj.
Se llenaba de susurros el aire
y el milagro infinito del sonido
vertía su torrente de latidos
en la dulce melodía del arte.
Las palabras sabían como sabe
la verdad, a hiel amarga mezclada
con rocío y con fresca madrugada,
a absurdo disparate de almanaque.
Hervía en los poemas la alegría,
y, a veces, una chispa de tristeza,
como hierve una flor en primavera
que no olvida el invierno y su rudeza.
El poeta palpaba con el timbre
de su voz tierna el alma de las cosas,
traspasaba la piel de la tormenta,
encendía en cada verso una estrella
de fuego con aromas de ceniza.
Medía el poeta cada palabra,
cada coma, cada acento, cada hebra
de sus versos secretos, vagabundos
en el papel en blanco de las horas,
en el frágil vaivén de los minutos,
en el fértil desván de los segundos.
Ojos, boca, gusto, manos, nariz,
en los cinco sentidos cardinales
se abrieron las puertas del destino.
Ya nada fue lo mismo. La esperanza
extendió las praderas de su manto
como si fuera una alfombra de sueños
que teje la espiral del calendario.
Sus ojos, la luz del amanecer.
Sus labios, la sonrisa de una flor.
Sus manos, un granero de caricias.
Su piel, un universo revelado.
Su olor, la vida trepando a la médula
del tiempo, como un monstruo que te traga
para adentro y te devora los huesos.
Así se forjaron los blancos versos
del poeta, con palabras sentidas
en lo más hondo y puro de su esencia,
en el tuétano profundo de su alma,
en el espinazo abierto de su ámbar
que todo lo volvía poesía.
© Fernando Luis Pérez Poza